domingo, 22 de enero de 2012

SEMOS MALOS - Salarrué

Semos Malos

Selarrué


Loyo Cuestas y su «cipote» hicieron un «arresto», y se «jueron» para Honduras con el fonógrafo. El viejo cargaba la caja en la bandolera; el muchacho, la bolsa de los dis­cos y la trompa achaflanada, que tenía la forma de una gran campánula; flor de «lata» monstruosa que «perjumaba» con música.

-Dicen quen Honduras abunda la plata.

-Sí, tata, y por ái no conocen el fonógrafo, dicen...

-Apurá el paso, vos; ende que salimos de Metapán trés choya.

-¡Ah!, es que el cincho me viene jodiendo el lomo.

-Apechálo, no siás bruto.

«Apiaban» para sestear bajo los pinos chiflantes y odoríferos. Calentaban café con ocote. En el bos­que de «zunzas», las «taltuzás» comían sentaditas, en un silencio nervioso. Iban llegando al Chamelecón salvaje. Por dos veces «bían» visto el rastro de la culebra «carretía», angostito como «fuella» de «pial». Al «sesteyo», mientras masticaban las tortillas y el queso de Santa Rosa, ponían un «fostró». Tres días estuvieron andando en lodo, atascado hasta la rodilla. El chico lloraba, el «tata» maldecía y se «reiba» sus ratos.

El cura de Santa Rosa había aconsejado a Goyo no dormir en las galeras, porque las pandillas de ladrones rondaban siempre en busca de «pasantes». Por eso, al crepúsculo, Goyo y su hijo se internaban en la montaña; limpiaban un puestecito al pie «diún palo» y pasaban allí la noche, oyendo cantar los «chiquirines», oyendo zumbar los zancudos «culuazul», enormes como arañas, y sin atreverse a resollar, temblando de frío y de miedo.

-¡Tata: brán tamagases?...

-Nóijo, yo ixaminé el tronco cuando anochecía y no tiene cuevas.

-Si juma, jume bajo el sombrero, tata. Si miran la brasa, nos hallan.

-Sí, hombre, tate tranquilo. Dormite.

-Es que currucado no me puedo dormir luego.

-Estírate, pué...

-No puedo, tata, mucho yelo...

-¡A la puerca, con vos! Cuchuyate contra yo, pué...

Y Goyo Cuestas, que nunca en su vida había hecho una caricia al hijo, lo recibía contra su pestífero pecho, duro como un «tapexco»; y rodeándolo con ambos brazos, lo calentaba hasta que se le dormía encima, mientras él, con la cara «añudada» de resignación, esperaba el día en la punta de cualquier gallo lejano. Los primeros «clareyos» los hallaban allí, medio congelados, adoloridos, amodorrados de cansancio; con las feas bocas abiertas y babosas, semiarremangados en la «manga» rota, sucia y rayada como una cebra.

Pero Honduras es honda en el Chamelecón. Honduras es honda en el silencio de su montaña bárbara y cruel; Honduras es honda en el misterio de sus terribles serpientes, jaguares, insectos, hombres... Hasta el Chamelecón no llega su ley; hasta allí no llega su justicia. En la región se deja -como en los tiempos primitivos- tener buen o mal corazón a los hombres y a las otras bestias; ser crueles o magnánimos, matar o salvar a libre albedrío. El derecho es claramente del más fuerte.

Los cuatro bandidos entraron por la palizada y se sentaron luego en la plazoleta del rancho, aquel rancho náufrago en el cañaveral cimarrón. Pusieron la caja en medio y probaron a conec­tar la bocina. La luna llena hacía saltar «chingastes» de plata sobre el artefacto. En la mediagua y de una viga, pendía un pedazo de venado «olisco».

-Te dijo ques fológrafo.

-¿Vos bis visto cómo lo tocan?

-iAjú!... En los bananales los ei visto...

-¡Yastuvo!...

La trompa trabó. El bandolero le dio cuerda, y después, abriendo la bolsa de los discos, los hizo salir a la luz de la luna como otras tantas lunas negras.

Los bandidos rieron, como niños de un planeta extraño. Tenían los «blanquiyos» manchados de algo que parecía lodo, y era sangre. En la barranca cercana, Goyo y su «cipote» huían a pedazos en los picos de los «zopes»; los armadillos habíanles ampliado las heridas. En una masa de arena, sangre, ropa y silencio, las ilusiones arrastradas desde tan lejos, quedaban abonadas tal vez para un sauce, tal vez para un pino...

Rayó la aguja, y la canción se lanzó en la brisa tibia como una cosa encantada. Los cocales pararon a lo lejos sus palmas y escucharon. El lucero grande parecía crecer y decrecer, como si colgado de un hilo lo remojaran subiéndolo y bajándolo en el agua tranquila de la noche.

Cantaba un hombre de fresca voz, una canción triste, con guitarra.

Tenía dejos llorones, hipos de amor y de grandeza. Gemían los bajos de la guitarra, suspirando un deseo; y desesperada, la «prima» lamentaba una injusticia.

Cuando paró el fonógrafo, los cuatro asesinos se miraron. Suspiraron...

Uno de ellos se echó a llorar en la «manga». El otro se mordió los labios. El más viejo miró al suelo «barrioso», donde su sombra le servía de asiento, y dijo después de pensarlo muy duro:

-Semos malos.

Y lloraron los ladrones de cosas y de vidas, como niños de un planeta extraño.

martes, 20 de octubre de 2009

Nuestra terredad

La terredad de un pájaro es su canto...

La terredad de un pájaro es su canto,
lo que en su pecho vuelve al mundo
con los ecos de un coro invisible
desde un bosque ya muerto.
Su terredad es el sueño de encontrarse
en los ausentes,
de repetir hasta el final la melodía
mientras crucen abiertas los aires
sus alas pasajeras,
aunque no sepa a quién le canta
ni por qué,
ni si podrá escucharse en otros algún día
como cada minuto quiso ser:
más inocente.
Desde que nace nada ya lo aparta
de su deber terrestre,
trabaja al sol, procrea, busca sus migas
y es sólo su voz lo que defiende
porque en el tiempo no es un pájaro
sino un rayo en la noche de su especie,
una persecución sin tregua de la vida
para que el canto permanezca.

Eugenio Montejo

jueves, 8 de octubre de 2009

Emparejados

¡Pongamos las cartas sobre la mesa!
Mi compañero de Blog, Gustavo Rondón.

Ya veremos a qué cosas atinaremos con la mirada! pues lo dos estaremos de ambos lados... Aunque yo, honestamente, sin lentes no tengo vida 8)

domingo, 27 de septiembre de 2009

Ensayos. Concierto. Aplausos.

...
¿Y luego qué?
La repetición del ciclo.

Ensayos. Concierto. Aplausos. Ensayos. Concierto. Aplausos.
Ensayos. Concierto. Aplausos. Ensayos. Concierto.
Aplausos. Ensayos. Concierto. Aplausos.
Ensayos. Concierto. Aplausos.
Ensayos. Concierto.
Aplausos.
(...)

Vaya forma de hablar de mi gran pasión en el mundo del arte; lo hace ver de una manera bastante pesimista. Me hace contemplar desde una perspectiva muy interesante aquello que se dice del hombre, que es un animal de costumbre. ¿Será que lo que hago en el día a día se resume en caminar como un motolita por los tétricos edificios de Parque Central, sentarme en una dura silla negra y seguir el ir y venir de pelotitas negras y blancas concebidas por individuos muertos ya hace un par de siglos? Entonces pienso lo graciosamente absurda que resulta mi vida expresada en unas pocas palabras.
¿Y por qué no lo dejo?
La verdad es que todo esto de las sillas duras y las pelotitas fue para hace un poco más gris el cuadro, pues lo que hago todo los días, sumergirme de pies a cabeza en el mundo de la música, olvidándoseme hasta el sitio en el que estoy (porque la verdad es que estar todos los días en Parque Central sí que es bastante deprimente) hace que mi día a día escape de la rutina, aunque resulte antagónico, pues en mi opinión, la volubilidad de una obra de arte está en cómo la interpretamos, pues ningún día es igual al anterior, como tampoco es posible colocar en una balanza nuestra interacción con el entorno... El arte hace que hablemos a través de sí, y que todo esto sea dicho.
Finalemente, como conclusión a este pequeño rebusque artístico poco satisfactorio, digo que para mí la música es una rutina, hecha de ensayos, conciertos y aplausos que me hace ser distinta a cada momento =)

Bueno, toda esta gramínea no ha sido sino un poco de mí =)
Mi nombre es Claudia García, curso el 5to semestre de Artes en la UCV, y soy estudiante de música. No entiendo muchas cosas del net.art y bueno, quizás con esta experiencia de intercambio lo aprenda a apreciar, o al menos a entender un poco. Creo que la Academia ha invadido mi cerebro. ¡Qué se le va a hacer!